Cuando una espina se clavó en mi pecho,
dejándome sumido en llanto,
pretendí con mi mano desprenderla,
mas no pude: la púa me siguió clavando.
Cuantas veces que quise por mí mismo
sacar la espina que punzaba tanto,
aumentaba el dolor cual si un cuchillo
removiera mí carne y mi quebranto.
Pero un día dejé que Dios hiciera
lo que no pudo mi impotente mano:
El con la suya me sacó la espina y
acabó con mí pena y mi calvario.
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