No
esperes una sonrisa para ser gentil.
No
esperes ser amado para amar.
No
esperes estar solo para reconocer el inmenso valor de un amigo.
No
esperes el luto del mañana para reconocer la importancia de quienes están hoy
en tu vida.
No
esperes tener el mejor de los empleos para ponerte a trabajar.
No
esperes la nostalgia del otoño para recordar un consejo.
No
esperes la enfermedad para reconocer que tan frágil es la vida.
No
esperes a la persona perfecta para entonces enamorarte.
No
esperes el dolor para pedir perdón.
No
esperes la separación para buscar la reconciliación.
No
esperes el dolor para elevar una oración.
No
esperes elogios para creer en ti mismo.
No
esperes que los demás tomen la iniciativa, cuando sabes que tu has sido el
culpable.
No
esperes el “te amo” para decir “yo también”.
No
esperes tener dinero por montones para entonces ayudar al necesitado.
No
esperes el día de tu muerte si aún no has amado a Dios.
¿Qué
estás esperando?
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