Oh Dios, me pongo en tus manos.
Dale vueltas y más vueltas a esta arcilla,
plásmala y después, quiébrala si quieres,
como fue quebrada la vida de John,
mi hermano.
Pide, manda: ¿Que quieres que yo haga?
¿Qué quieres que no haga?
Ensalzado, humillado,
perseguido, incomprendido,
consolado, sufriente, inútil para todo,
sólo queda decirte, como tu Madre:
"Hágase en mí según tu palabra"
Dame el amor por excelencia:
El amor de la Cruz;
pero no de las cruces heroicas
que pudieran alimentar mi amor propio,
sino de esas cruces vulgares
que soporto con repugnancia...
de esas cruces que se encuentran cada día
en la contradicción, en el olvido,
en el fracaso, en los falsos juicios,
en la frialdad, en el rechazo,
y en el desprecio de los demás,
en el malestar y en los defectos del cuerpo,
en las tinieblas de la mente,
en el silencio y en la aridez del corazón.
Solamente entonces, Tu sabrás que yo te amo,
aunque no lo sepa yo. Pero esto me basta.
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