martes, 29 de agosto de 2017

GANSOS

Dios se hizo hombre
Dios se hizo hombre

Se cuenta la historia de un hombre que no creía en Dios, su esposa por el contrario, era una fiel creyente y temerosa de Dios.

Una Noche de invierno, la esposa se disponía asistir a un servicio de fin de año especial de la iglesia donde asistían con sus hijos, y le pidió al marido que los acompañara, pero él se negó.


«¡Que tontería!» dijo. «¿Por qué Dios se iba a rebajar a descender a la tierra adoptando la forma de hombre?» ¡Que ridiculez! Sin decir nada, los niños y la esposa se marcharon y él se quedó en casa.

Un rato después, el viento empezó a soplar con mucha fuerza y se desató una ventisca. El hombre observaba por la ventana la impresionante tormenta de nieve. De repente, oyó un golpe muy fuerte sobre una de las ventanas. Miró hacia afuera, pero no logró ver nada.

Cuando la nevada empezó a cesar, se aventuró a salir para averiguar que había pasado y descubrió, al lado de la casa, una bandada de gansos salvajes que por lo visto, iban hacia el sur para pasar el invierno y se habían visto sorprendidos por la tormenta de nieve. Perdidos y confundidos, habían acabado en aquella finca. Daban aletazos y volaban en círculos por el campo, cegados por la borrasca, sin seguir un rumbo fijo. El hombre pensó que, posiblemente, el ruido que oyó era de alguna de aquellas aves que había chocado contra su ventana.

Sintió lastima y quiso ayudarlos. Sería ideal que se quedaran en el granero, pensó. Ahí estarán al abrigo y a salvo durante la noche mientras pasa la tormenta, así que, dirigiéndose al establo, abrió las puertas de par en par y aguardo, con la esperanza de que las aves advirtieran que estaba abierto y entraran. Los gansos, no obstante, se limitaron a revolotear sin entrar. El hombre intento llamar la atención de las aves, pero solo consiguió asustarlas y que se alejaran más. Tomo pan, lo fue repartiendo en pedazos y dejando un rastro hasta el establo. Sin embargo, los gansos no entendieron el mensaje.

El hombre empezó a sentir frustración. Corrió tras ellos tratando de ahuyentarlos en dirección al granero, lo único que consiguió fue asustarlos más y que se dispersaran en todas direcciones menos hacia el granero. Por mucho que lo intentara, no conseguía que entraran al granero.

«¿Por qué no me seguirán? Exclamo frustrado. ¿Es que no se dan cuenta de que ese es el único sitio donde podrán sobrevivir a la nevada?»

Reflexionando por unos instantes, se dio cuenta de que las aves no seguirían a un ser humano. Si yo fuera uno de ellos, entonces sí que podría salvarlos, dijo pensando en voz alta. Seguidamente, se le ocurrió una idea. Entro al establo, agarro un ganso domestico de su propiedad y lo llevo en brazos, paseándolo entre sus congéneres salvajes, y luego, lo soltó. Su ganso voló entre los demás y se fue directamente al interior del establo. Una por una, las otras aves lo siguieron hasta que todas estuvieron a salvo.

El campesino se quedo en silencio por un momento, mientras las palabras que había pronunciado hacia unos instantes aun le resonaban en la cabeza: «Si yo fuera uno de ellos, ¡Entonces sí que podría salvarlos!», era lo mismo que le había dicho a su mujer:

«¿Por qué iba Dios a querer ser como nosotros? ¡Que ridiculez!»

De pronto, todo empezó a cobrar sentido. Entendió que eso era precisamente lo que había hecho Dios. Nosotros somos como aquellos gansos: estamos ciegos, perdidos y a punto de perecer. Dios se hizo hombre con el fin de indicarnos el camino y guiarnos a la salvación.


Cuando cesaron los vientos y la nevada, corrió al encuentro de su familia a la iglesia, donde entrego su vida a Jesús. Así fue como pudo tener un encuentro personal con el Señor.

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