miércoles, 12 de enero de 2011

UNA HISTORIA DE AMOR

 

Un día, temprano por la mañana, me levante para observar la salida del Sol. !Oh, la belleza de la Creación de Dios queda más allá de la descripción!.

 

Mientras observaba, alababa a Dios por su bella obra. Mientras estaba ahí sentado, sentí la presencia del Señor conmigo.

 

Entonces, El me preguntó: –¿Me amas?–. Yo contesté, –!Por supuesto, Dios! !Tu eres mi Señor y Salvador!.

 

Entonces me preguntó: –Si estuvieras físicamente incapacitado ¿aun me amarías? –. Me quedé perplejo. Miré abajo. Mis brazos, piernas y el resto de mi cuerpo y me pregunté cuantas cosas sería incapaz de hacer. Las cosas que hoy me parecen tan sencillas. Y contesté: –Seria difícil, Señor, pero aun así te amaría.

 

Entonces el Señor dijo: –Si estuvieras ciego ¿amarías aun mi creación? –. ¿Cómo podría amar algo, siendo incapaz de verlo? Entonces pensé en toda esa gente ciega en el mundo entero y cuantos de ellos aun aman a Dios y a su Creación. Así que contesté: –Es difícil pensarlo, pero aun te amaría.

 

El Señor entonces me pregunto: –Si fueses sordo, ¿oirías aun mi Palabra? –. ¿Cómo podría oír algo siendo sordo? Entonces comprendí. Escuchar la Palabra de Dios no es meramente usar nuestros oídos, sino nuestros corazones. Contesté: –Seria difícil, pero aun oiría tu Palabra.

 

El Señor entonces preguntó: –Si estuvieses mudo, ¿alabarías aun mi Nombre? –. ¿Pero cómo puedo alabar sin voz? Entonces se me ocurrió que Dios desea que le cantemos desde nuestra alma y corazón. No importa como sonamos. Y cuando alabamos a Dios no lo hacemos siempre con un cántico, pero cuando somos perseguidos, le damos alabanza a Dios con nuestras palabras de gratitud. Entonces contesté: –Aunque no pudiera cantarte físicamente, alabaría aun tu Nombre.

 

Y el Señor preguntó: –¿En realidad me amas?–. Con valor y profunda convicción, le contesté resueltamente: –!Si Señor! !Te amo por que Tú eres el Dios único y verdadero!.

 

Pensé que había contestado correctamente, pero Dios preguntó: –¿Entonces porqué pecas? – Contesté: –!Porque soy solo un humano, y no soy perfecto!.

 

¿Entonces porqué en tiempos de paz te descarrías tan lejos de mi? ¿Porqué solo en tiempos de angustia oras sinceramente?–. No hubo respuestas. Solo lágrimas.

 

El Señor continuó: –¿Porqué solamente cantas en la congregación y en los retiros espirituales? ¿Porqué me buscas solo en tiempos de adoración? ¿Porqué pides cosas tan egoístas? ¿Porqué pides sin tener fe?.

 

Las lágrimas continuaron rodando sobre mis mejillas.

 

¿Porqué te avergüenzas de mi? ¿Porqué no estas esparciendo las buenas nuevas? ¿Porqué en tiempos de persecución, lloras con otros cuando te ofrezco mi hombro para que llores? ¿Porqué pones pretextos cuando te doy la oportunidad de servir en Mi Nombre?.

 

Intente contestar, pero no hubo respuesta que dar.

 

–Eres bendecido con la vida. No te hice para que desperdiciaras este regalo. Te he bendecido con talentos para servirme, pero continúas dándome la espalda. Te he revelado mi Palabra, pero no obtienes el conocimiento de ella. Te he hablado pero tus oídos estaban cerrados. Te he mostrado mis bendiciones, pero tus ojos nunca las vieron. Te he mandado mis siervos, pero permaneciste sentado inmóvil mientras ellos eran rechazados. He oído tus oraciones y las he contestado todas. ¿En verdad me amas?.

 

No podía contestar. ¿Como podría hacerlo? Estaba increíblemente apenado. No tuve excusa. ¿Que podía decir a esto? Cuando mi corazón hubo llorado y las lágrimas habían fluido, dije: –!Por favor, perdóname Señor! !Soy indigno de ser tu hijo!.

 

El Señor contesto: –Esa es mi Gracia, mi Hijo.

 

Entonces le pregunté: –¿Entonces porqué continúas perdonándome? ¿Porqué me amas tanto?.

 

El Señor contestó: –Por que tu eres mi creación. Tu eres mi hijo. Nunca te abandonare. Cuando llores, tendré compasión y llorare contigo. Cuando estés gozoso, me alegrare contigo. Cuando estés deprimido, te animaré. Cuando caigas, te levantaré. Cuando te sientas cansado, te llevaré sobre mis hombros. Estaré contigo hasta el fin de los días, y te amare por siempre.

 

Nunca antes había llorado como en ese momento. ¿Cómo pude haber sido tan frío? ¿Cómo pude lastimar a Dios con todo lo que hice? Le pregunté a Dios: –¿Cuanto me amas?.

 

El Señor me estrechó en sus brazos, y contemplé sus manos cicatrizadas por los clavos. Me incliné a los pies de Cristo, mi Salvador. Y por primera vez, en verdad oré.

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